Se hace llamar «campesina de Salento» desde que se mudó a una granja de Apulia, en Italia, pero además de ser ganadora de un Oscar, Helen Mirren, es dama comendadora de la Orden del Imperio Británico. A sus 80 años (alcanzó esta cifra redonda el pasado 26 de julio), protagoniza El club del crimen de los jueves junto a Pierce Brosnan, una adaptación de la novela de misterio homónima de Richard Osman que se estrena el próximo 28 de agosto en Netflix.
Casada desde hace 28 años con el director Taylor Hackford, presume de tener una agenda repleta de proyectos en la que no faltan los taquillazos como Fast & Furious X y Barbie, las series policíacas (como Tierra de mafiosos) o los westerns (como la serie 1923): “A veces se da lo que yo llamo ‘choque de proyectos’, porque todos suceden al mismo tiempo”, afirma en su última entrevista para People. En ella también reconoce que sus últimos meses de rodaje fueron un periodo “intenso, pero le pillé el tranquillo”.
El filme de trata sobre un grupo de jubilados tras la pista de un crimen, lo cual da pie a una serie de opiniones de la estrella sobre la edad: «Los jóvenes no pueden entender que los mayores tuvieran sexo, se divirtieran, bailaran y estuvieran obsesionados con su pelo y con su peso. Y, por supuesto, los mayores los miran y piensan ‘¿Sabéis que? Eso ya lo hemos vivido».
Pero hay algo que no soporta: “Una cosa que me irrita a medida que me voy haciendo mayor es esa especie de condescendencia paternalista”. Y añade: “Odio que me digan que soy ‘peleona’. Estoy viva. No me pongáis esas etiquetas horrorosas”. Y tampoco le agrada la expresión “tener un espíritu joven”.
Con respecto a su reciente cumpleaños, sostiene que «la verdad, no celebro los cumpleaños. No les doy importancia porque la vida sigue. Lo que espero es que ese día me traten muy, pero que muy bien. No pido más. Una taza de té en la cama por la mañana». Pero eso sí, nada de alargar demasiado ese ratito en la cama, algo que tal vez tenga algo que ver con sus orígenes de clase trabajadora: Su padre, Basil, fue un emigrante ruso que se ganó la vida como taxista y más adelante como funcionario en el Ministerio de Transportes. Su madre, Kathleen, era ama de casa. “Si me quedo tumbada después de las ocho empiezo a sentirme culpable porque siempre hay algo que hacer”, dice. Algo que, a todas luces, parece especialmente cierto cuando se es Helen Mirren.
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